Parece impensable que en apenas dos horas la luna pueda tomarle el relevo a este sol de justicia. Las tenderas de estampitas ultiman el montaje de sus expositores. Con manos curtidas tensan toldos y despliegan las imágenes de todos los años. El patrón siempre es un valor seguro pese a que las nuevas generaciones apuntan menos devoción.
Los mocosos rondan inquietos los quioscos de chucherías y el olor a pan, algodón dulce y encurtidos comienza a apoderarse de las calles. No faltan tampoco las heladeras calentando los motores de las máquinas de granizados con su inconfundible vaivén moliendo el hielo y algún que otro puesto de comida exótica para los más atrevidos.
Los gitanos apuran sus últimos cigarros en paz y disponen a su prole para que controle las atracciones. Se adivina una noche que permitirá vivir muchas otras noches.
Apenas queda rastro de lo que otrora fue una romería y, sin embargo, se palpa un sabor a verbena inconfundible. A pueblo. A verano. A risas. A encuentros y a reencuentros. A esas fiestas sencillas en las que uno disfruta haciendo cosas sencillas. Madrid sigue bullendo y, pese a todo, parece que la gran ciudad se disipa para dejar paso a un pedazo de Castilla, de Andalucía, de Extremadura.
Las primeras mamás con los primeros carritos de bebés empiezan a hacer acto de presencia cuando el termómetro comienza a aflojar. Siquiera dos grados menos animan a emprender ruta para escapar de casa, para respirar. Aunque sea todavía aire caliente.
Con el encendido de las farolas desfilan reatas de adolescentes en busca de las casetas de tiro. De la mano de los primeros alcoholes los muchachos alardean de su acierto y la emprenden a golpes con la escopeta siempre que el disparo se pierde en el limbo. No importa el trofeo, lo que importa es la enamorada que lo contempla peleando por su premio, ese que le ha pedido susurrándole palabras dulces al oído. Cuando la noche se cierre las parejas más atrevidas se perderán en la oscuridad. Se comerán a besos bajo la luz de la luna. Se comerán a besos al compás de los fuegos artificiales que llegarán al filo de la media noche. Se comerán a besos.
Almasy©
Las primeras mamás con los primeros carritos de bebés empiezan a hacer acto de presencia cuando el termómetro comienza a aflojar. Siquiera dos grados menos animan a emprender ruta para escapar de casa, para respirar. Aunque sea todavía aire caliente.
Con el encendido de las farolas desfilan reatas de adolescentes en busca de las casetas de tiro. De la mano de los primeros alcoholes los muchachos alardean de su acierto y la emprenden a golpes con la escopeta siempre que el disparo se pierde en el limbo. No importa el trofeo, lo que importa es la enamorada que lo contempla peleando por su premio, ese que le ha pedido susurrándole palabras dulces al oído. Cuando la noche se cierre las parejas más atrevidas se perderán en la oscuridad. Se comerán a besos bajo la luz de la luna. Se comerán a besos al compás de los fuegos artificiales que llegarán al filo de la media noche. Se comerán a besos.
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1 comentarios:
Muy bonito el retrato del ambiente de las verbenas madrileñas. Parece mentira que en una ciudad como Madrid, se puedan seguir conservando tan entrañables y pueblerinas.. Me encantan.
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