miércoles, 8 de junio de 2016

253. Volver

Acertó a abrir la puerta con las mismas tres vueltas atropelladas que recordaba. Ella siempre le urgía para que la arreglase. O al menos que hiciese por llamar a un cerrajero. Nunca encontró el momento. En el interior ni un pellizco de luz, así que confió en sus recuerdos. Estaba seguro de que no menos de treinta pasos en L lo separaban de las ventanas. Diez al frente y veinte a izquierda o derecha en riguroso ángulo de noventa grados. Caminó despacio. Parecía que temiese quebrar alguno de los tablones de madera que pisaba. Se obligó a cerrar los ojos para agudizar su instinto, pero no se entregó sin precauciones. Las manos al frente, haciendo las veces de escudo. Al décimo hizo girar su cintura para reorientar su dirección. Eligió a derecha. Contó hasta diecinueve cuando se topó con las hojas del ventanal, palpó los cierres y los hizo girar. Estaban faltos de engrasar. Y eso que recordaba haberlo hecho antes de marcharse. Afuera comenzaba a caer la tarde, así que la luz ingresó en la estancia con precauciones. Tuvo que acomodar su visión a la nueva realidad pestañeando sin reparos. Continuó caminando despacio a pesar de todo hubiese cobrado forma y color. No tenía prisa. Embocó el estrecho pasillo que conducía hasta la otra mitad de la vivienda. Y es que la casa era sencillamente eso, la suma a regañadientes de dos mitades que se resistían a entenderse. Antes de esa segunda mitad, ejerciendo prácticamente como demarcación de frontera, la cocina y los baños. La próstata pedía auxilio y procedió a aligerarla. Encaminó entonces sus pasos hacia la biblioteca. No era un libro lo que buscaba, sino el retrato favorito de su esposa. Lucía hermoso sobre el tercer estante del mueble alto. Apenas una fina capa de polvo lo separaba del que dejó cuando ingresó en la residencia. Nunca le perdonaría a su hijo que no se lo hubiese llevado en alguna de sus escasas visitas. Lo asió con todas sus fuerzas y retrocedió hacia la cocina. El tiempo le había pasado factura. Restos de goteras en el techo, un demoledor tufo a tuberías en desuso y la encimera de caoba pidiendo a gritos que la saneasen. Sin embargo, la placa del gas brillaba imponente. A fin de cuentas aquel vendedor charlatán no le había engañado después de todo: “Compra usted una cocina para toda la vida”. El día antes de partir hacia la residencia había cambiado la bombona. Sin urgencias fue encendiendo cada uno de los fuegos. El gas silbaba ligero cuando decidió sentarse en su silla de enea favorita.

Almasy©

ESTRELLA MORENTE: "Volver"

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