Amigos y amigas que recaláis en esta mi bitácora: me aqueja un drama existencial ante el cual preciso de toda la ayuda que podáis regalarme desinteresadamente. Os advierto que la cuestión no es baladí y que estoy verdaderamente preocupado con el tema. Me encuentro en una situación de bloqueo fatal y me temo que pueda tornarse hasta en perpetuo. No quisiera parecer tremendista, pero lo cierto es que mi agonía crece por momentos y el pesimismo se cierne sobre mí a pasos agigantados. Mi problema es peliagudo y probablemente solo encuentre algún paliativo si me someto a cientos de sesiones de terapia psicopsiquiátrica. Me cuesta hasta mencionarlo, pero dicen que principios tienen las cosas y que el primer paso de toda recuperación no es otro que verbalizar la enfermedad para intentar ponerle remedio. Así que no me demoro ni una línea más. ¿Estáis preparados? Yo ciertamente no lo lo estoy, así que cerraré los ojos y dejaré que mis manos nerviosas se deslicen autómatamente por el teclado para abriros mi corazón: ya no sé insultar a la gente.
La gota desencadenante fue una aparentemente inocente publicación de una amiga de Facebook que subió una imagen de una especie de cucuruchos playeros para invitar a que los fumadores depositen cívicamente sus colillas de cigarrillos en lugar de dejarlos caer en la arena. A mí es un tema que me solivianta sobremanera, puesto que rara es la vez en que no despliegas la toalla o juegas con tus hijas a cubos y palas y te encuentras los fatales tesoros tabaqueros. Tanto es así que quise poner un enojado comentario que adornase la publicación y mi primera versión fue la siguiente: “recoge tu puta basura que luego mis hijas juegan con la pala y se topan con tu mierda, hijo de mil zorras”. Sin embargo, antes de poder darle al botón de publicar me asaltaron las dudas con el remate final, el “hijo de mil zorras”. Y no tanto por matizar que puede ser un “hijo” o una “hija” el fumador/a de turno, sino por las mil zorras. Muy patriarcal, pensé, eso de asociar únicamente las connotaciones negativas de un animal con el género/sexo femenino, así que la cosa podría solucionarse matizando el tema con un “hijo/a de mil zorras y zorros”. Estéticamente quedaba feo que te rilas, pero al menos inclusivo en su totalidad. Empero, enseguida me sobrevinieron otros reparos. ¿Por qué apelar a un animal para inspirar toda la ira que yo quería transmitir? ¿Acaso mis amigos/as vegetarianos/as-veganos/as no podrían sentirse ofendidos/as? Y concreto expresamente amigos/as vegetarianos/as-veganos/as porque solo a estos/as reconozco el título de auténticos/as defensores/as de los animales, puesto que nadie está en condiciones de negarme que es absolutamente cultural decir que amas a los perros y gatos pero te comes a las vacas, cerdos, pollos y conejos. Yo soy de estos últimos, pero al menos no voy presumiendo por el mundo de ser un amante de los animales.
Con esta argumentación otras opciones del animalario para ilustrar mi exabrupto se me agotaban, puesto que de un plumazo se desvanecían entre mis dedos “hijos/as de mil perras y perros”, “cerdos y cerdas” y “cabrones y cabronas” (este último todavía más si cabe porque específicamente el cabrón es el macho cabrío y feminizarlo ya sí que era un auténtico desatino). Por otra parte, tampoco quería bajar excesivamente el nivel y tirar de los nada contundentes “maleducado/a” o “incívico/a”. Mis pretensiones eran tabernarias, macarras, soeces y se me agotaban las cartas de la baraja. Tímidamente se asomó “gilipollas”, que apenas tardé unos segundos en descartar, toda vez que se hacía mención nuevamente a los pollos en su versión hembra y/o a los atributos masculinos. ¡Y para más inri en plural! ¡Por si no querías falo, “gilipollas” refería un manojo de ellos!
El agotamiento y la frustración me atravesaron entonces cual fatal daga. ¡Borra, borra, borra para acabar escribiendo únicamente: “recoge tu puta basura que luego mis hijas juegan con la pala y se topan con tu mierda”! Sin “hijos e hijas de mil zorras y zorros”, ni “cerdos y cerdas”, ni “cabrones y cabronas”, ni “gilipollas y gilipollos” o en su defecto “gilicoñas y “gilicoños”. Así de light, así de tímido, casi naif, carente de la impactante vulgaridad con la que yo hubiera querido pronunciarme. Eso sí, inclusivo de la muerte.
Almasy©️
José Mercé: "Lío"
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