lunes, 26 de septiembre de 2016

264. Ensayo sobre la fe


Me solivianta especialmente comprobar cómo las iglesias se han apropiado de la fe. Me refiero a esa pulsión casi irracional que te lleva a creer a alguien sin más. Dejando a un lado preguntas relacionadas con el cuándo, el cómo, el porqué. Siento la poderosa necesidad de que la fe baje del púlpito y que cuando alguien me diga: "este fin de semana estuve en la montaña", no necesitar que lo demuestre, ni rastrear en busca y captura de pruebas que lo certifiquen. Simplemente aceptar que ocurrió, asumir su vivencia única y exclusivamente porque me lo cuenta y yo confío en que es cierta. 

Pensemos, por ejemplo, en cuando enfermamos y no acudimos el trabajo. La enfermedad y sus padecimientos son secundarios. Lo que importa es que inmediatamente se activen todos los resortes para que lo demostremos. Centrarse en sanar para volver fuerte y lozano resulta irrelevante. También es absolutamente accesoria la gravedad del bicho que nos perturba. De lo que se trata es de documentar tu situación física. Por escrito. Detalladamente. Con fecha y hora. Con toda una batería de profesionales que acrediten tu estado. De ninguna de las maneras aceptaríamos un simple y llano telefonazo indicando: "estoy enfermo, no puedo ir, vuelvo cuando me encuentre mejor".

¿Han perdido alguna vez a algún familiar? Seguro que sí. Es ley de vida. O de muerte. Volvamos al trabajo. Con el cuerpo del finado todavía caliente la principal preocupación es nuevamente justificar el fallecimiento y al mismo tiempo el parestesco que te une a esa persona que se fue para no volver -salvo que se tenga fe en el reencuentro y en la vida eterna y entonces casi que se celebre la llegada de la parca-. Familiares y amigos se movilizan entonces a la caza y captura del documento expedido por el tanatorio y, a continuación, aprovechando algún descanso de los plañideros familiares más cercanos, de los correspondientes libros de familia que certifiquen cuánta sangre compartías con el difunto. Por supuesto, si el que se va solo se trata de tu mejor amigo, o tu mejor amante, o el profesor que te marcó o el ídolo de tu infancia, no eres bienvenido al sepelio. Al menos administrativamente hablando. Nadie te va a aceptar una explicación tan aparentemente comprensible como: "no voy a ir a trabajar en unos días. Se murió mi mejor amigo. Estoy realmente jodido. Cuando haya llorado hasta desarmarme volveré". 

¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué hemos desvirtuado el valor de la palabra? ¿Dónde quedaron las promesas que se cumplían a como diese lugar, el apretón de manos para cerrar un trato que sabías que no lo desharía ni el mismo Satán, la palabra de honor que valía más que la sentencia de un tribunal supremo? ¿Por qué le abrimos la puerta a los detectives, a los policías, a los periodistas, a los abogados, a los inspectores, a los políticos, a los jueces, a los notarios a los que conferimos la exclusiva potestad de otorgar fe de lo ocurrido?

Necesito volver a creer en alguien porque sí. Y a que ese alguien jamás sienta la presión de demostrarme lo que me narra. A otorgarle a algo la categoría de verdadero solo porque un ser humano articuló las palabras necesarias para trasladármelo. Ajenos a las fotografías en esas redes sociales que se han convertido en notarías para pobres. Donde todo pasa porque se publicite con todo lujo de detalles lo acontecido. Desnudando intimidades, sin filtros, presumiendo del falso o el verdadero júbilo que acompañó la imagen de marras con frases para la posteridad preferiblemente en inglés, que parece que otorgan más categoría y credibilidad al suceso. Ignorando verdades tan palmarias como que a los amantes que se devoran les tiembla el pulso para proclamar su pasión a los cuatro vientos. I do need to believe again.

Almasy©


BON JOVI: "Keep the faith"

1 comentarios:

MARIBEL dijo...

Por una vez, no estoy del todo de acuerdo contigo: creo que identificas fe con credibilidad. Para mí, no son lo mismo.
Aparte de eso, es cierto que la credibilidad en las personas, "cotiza a la baja", pero no es extraño en un mundo en el que mentir porque me conviene no es un acto del que debamos avergonzarnos. Eso nos ha llevado a necesitar justificantes, notarios, contratos escritos etc.
De todas formas, me encanta que sigas reivindicando tu derechoa creer en el prójimo, porque eso es muestra de tu sinceridad. Y saber que todavía quedan personas con valores morales, como las de "antes", siempre es un consuelo. Un abrazo

Publicar un comentario