domingo, 18 de octubre de 2015

240. En el gimnasio


Llega un momento en la vida de un hombre en el que decide apuntarse al gimnasio. Suele ser al salir de la ducha. Uno se para frente al espejito espejito y el muy cabrón no le devuelve un "tú eres el más bonito", sino que tira de evidencias. Michelín por aquí, lorza por allá. Todo un acto de contemplación y a la vez de reflexión. Se le pasan a uno por la cabeza los centenares de parrilladas que se ha calzado. Las habituales incursiones a establecimientos de comida basura. El picoteo entre horas. Las visitas nocturnas a la nevera. Las peregrinaciones a la caza y captura de la mejor tapa. Iluso como pocos uno se repite: "eso lo soluciono yo apuntándome al gimnasio".

Lo primero que sorprende el día del estreno es que, pese al supuesto bajo nivel en idiomas que tenemos los españoles, los gimnasios son bilingües: el press, el curl, el body balance, el body pump, el body combat, el running... Lo bueno del inglés es que aunque sea una gilipollez como la copa de un pino australiano lo que se dice, la lengua de Shakespeare siempre le otorga un alto grado de sofisticación al asunto. Pongamos por ejemplo el "spinning", ahora también conocido como el "ciclo indoor". Vamos, la bicicleta estática de toda la vida monda y lironda, solo que aderezada con mariconadas varias. Si le dices a alguien que si se anima a clase de "Rotatorio" o de "Bici de salón" no se apunta ni el Tato. Pero en inglés suena a cosa gorda gordísima. 

Ayer mismo tuve mi primera clase de ciclo indoor. No iba yo muy motivado, porque eso de dar pedales a lo cernícalo sin avanzar no lo acabo de ver. La primera en la frente de la mano del monitor: "¿alguien nuevo en la clase de hoy?". Uno se calla para no quedar mal. Fundamentalmente porque en la bici de al lado hay un pibón de categoría al que quieres impresionar. "Vale, perfecto, como no hay nadie nuevo hoy vamos a darle caña extra". Seguidamente veo que tira de mando a distancia y baja unos stores de color negro que dejan la sala en la más absoluta oscuridad. A continuación se iluminan unas bolas de discoteca en las que no había reparado. De verdad que no sabía si ponerme a pedalear o pedirme un gin tonic y cortejar a una fémina. Y finalmente la música. Que se supone que es para motivarte, pero en mi caso yo creo que me produce el efecto contrario. Suelen ser canciones que da exactamente igual dónde las pongas. No se reconoce ni principio ni final. Solo pretenden hacerte entrar en una especie de estado de trance completado a base de arengas que me recuerdan a las películas de marines estadounidenses: "¡Vamos equipo!", "¡Sigue conmigo!", "¡Una vuelta más!" (aquí reconozco que se agradece estar a oscuras, pues te escaqueas con mayor facilidad), "¡Hasta el final!", "¡Hasta la gloria!". Ojo, que también hay monitores con los pies en la tierra que en cuanto te ven adaptan sus consignas: "¡Vamos, que sé que luego te vas a tomar un montado de lomo y una cerveza!", "¡Quémalos antes!", "¡Las gallinas que entran por las que van saliendo!".

Mucho me llaman también la atención la variada fauna de usuarios que se dan cita. Los hay de todo tipo. Últimamente me cautivan los que portan dispositivos y atrezzo de toda índole y condición. Que si un pulsómetro, que si una pulsera de actividad, que si el móvil, que si los cascos para escuchar música, las calas de la bici, la toalla, un bidón de agua megachic, la tabla de ejercicios prescrita... ¡Coño si parecen el Inspector Gadget! Me impresionan también los que sudan a mares. Esta mañana sin ir más lejos en la elíptica un tipo a mi lado con tal charco en el suelo que he buscado con la mirada por si alguna jauría de perros estuviese marcando territorio. ¡Qué manera de sudar, oiga! ¡Me han dado ganas de ponerle una vía con suero! Sin olvidarme de los degollados, esos especímenes que gritan como si los estuvieran torturando cada vez que ejecutan un ejercicio. Es toda una oda al esfuerzo que solidariamente comparten con el resto de los mortales. Hay muchos más, tantos que se podría escribir un serial infinito: el jubilado que no para de hablarte, el que se mira los músculos en cuanto detecta un espejo, el que se atusa el tupé en cuanto detecta un espejo, el que se mira los músculos y se atusa el tupé en cuanto detecta un espejo, la socia de pasarela gimnasio (de peluquería, maquillada, con ropa y complementos último grito y siempre a juego), el gordo al que ves meterse en todas las clases y sigue igual de gordo (balanza de lípidos siempre positiva, como decía Van Gaal), el nudista (permanentemente en pelotas por los vestuarios), el que se marca día sí y día también un botellón de batidos de proteínas, el que tiene querencia a ocupar una taquilla al lado de la tuya (no puede ser casualidad, le gustas), el que te gasea con su penetrante desodorante en spray, los paseantes, los paseantes aguadores (rellenan la botella en la fuente del orden de quince veces cada media hora), los que siempre ves entrenando en la misma máquina (yo los llamo los déjà vu), el multitarea (acaba una clase y sale escopetado hacia otra), el freestyle (hace lo que le sale de los cojones, como le sale de los cojones y cuando le sale de los cojones), el peludo (como te duches detrás de él tendrás que emplear un machete para abrirte paso), el ausente (no aparece ni para darse de baja)... ¡Un zoo en toda regla!

Almasy© 

P. D. Al me me robó unas zapatillas nuevas hace algunas semanas mientras me duchaba: solo te deseo cuatro esguinces, media docena de papilomas y sendos juanetes.


TECHNOTRONIC: "Pump up the jam"


2 comentarios:

SILVIA dijo...

Jajajaja, muy bueno. Entiendo que ser tan observador te ayuda a superar los malos tragos en el gimnasio. Yo tengo aún pendiente formar parte de toda esa faunaaaaaaa!

MARIBEL dijo...

Esa capacidad de observación, te hace desarrollar un espiritu crítico, que algunas veces te permite disfrutar más que otros de determinadas situaciones; pero otras veces te las hace pasar "canutas" porque es muy dificil aguantar tanta majadería y estar con la boca cerrada, ya que no conviene "sacar demasiado los pies del tiesto".

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