sábado, 28 de febrero de 2015

233. La clase media


Cada año me fijo el reto de aprenderme todos y cada uno de los nombres y apellidos de los alumnos del instituto. Al fin y al cabo creo que es parte de mi trabajo. Nunca lo consigo, aunque apostaría a que alcanzo las tres cuartas partes al menos. Se me suelen resistir los alumnos de clase media. Esos que no destacan ni por arriba ni por abajo. Que no sacan dieces ni unos. Que no ganan concursos escolares pero tampoco engrosan las estadísticas de conductas contrarias a la normas de convivencia. Que no visitan mi despacho para nada bueno. Que no visitan mi despacho para nada malo.

A veces me los encuentro por la calle y acostumbran a saludarme calurosamente. Sus miradas parecen decir: "¿Sabes quién soy?". Es entonces cuando me esfuerzo en aprenderme sus nombres, sus apellidos, en preguntar a sus tutores cómo les van las cosas, en poner cara a unos padres que a buen seguro son tan invisibles como ellos. Reconozco que me siento hasta culpable. Por no haber hecho el esfuerzo antes. Por no haberlo hecho mejor. Por permitir que los extremos hayan secuestrado toda mi atención. 

En ese preciso instante en el que me invade la desazón, intento recordar momentos en los que me los haya cruzado en algún pasillo, camino de alguna clase, abandonando el centro cuando la campana determina el final de la jornada. Reparo en lo poco que he pensado en ellos. En cómo su suerte podría mejorar sensiblemente si les diésemos el protagonismo oportuno. Me pregunto si estarán sufriendo. Si necesitarán algo. Barajo hasta la hipótesis de que se mueven en el cinco tal vez porque nadie los ha dinamitado hasta el siete. Total, si no van a quejarse. Nunca lo hacen. Se dedican a contemplar en silencio cómo entregamos todo nuestro tiempo a los moradores de cielos e infiernos. Siempre en silencio.

Almasy©
Quique González: "Clase media"

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