Ingresó
en la estancia con sus habituales gafas oscuras. Con cierto desaire se zafó de
su abrigo de visón marrón. Antes de tomar asiento aplicó dos sonoros manotazos
sobre su mono naranja para despojarse de algunos restos de grasa. Esa semana
estaba destinada en el taller y pese a que el capataz apenas le encargaba poco
más que trasladar un destornillador del panel de herramientas a la mesa de
trabajo, siempre se manchaba. Al otro lado de la mesa estaban su abogado, su
hijo y su representante. Los únicos hombres de su vida en estos momentos. No
había nada nuevo relativo a su causa y sin embargo no faltaban una sola semana
a la cita. Divisó una docena de fotografías suyas sobre la mesa junto a un
rotulador. Casi instintivamente procedió a firmar autógrafos.
-¿Cómo
dices que se llamaba la mujer del alcaide?
-Sonsoles,
se llama Sonsoles.
A
continuación manipuló nerviosa el rostro del Santísimo Cristo de las Tres
Caídas que colgaba de su cuello. No se separó de él en toda la conversación.
-Si
en los próximos tres meses no hay novedades nos va a tocar vender “Cantora”
para seguir adelante.
El
Cristo paró en seco su baile y los quilates que lo componían tornaron en
auténticas lágrimas a la vista de todos.
-Tranquila
mamá, no lloréis, os sacaré adelante con mi trabajo.
ISABEL PANTOJA: "Hoy quiero confesarme"
0 comentarios:
Publicar un comentario