Escribo ahora, en caliente, porque es como mejor se grita. El frío es para los historiadores y para los que redactan sus memorias. Escribo ahora que prácticamente apenas he leído cuatro titulares y medio y a buen seguro me falte información de casi todo: profesor muerto a manos de un alumno de trece años en el instituto. Tocado con ballesta y rematado a cuchillo al parecer. Las primeras hipótesis apuntan a un "brote psicótico", aunque al mismo tiempo parece que la criatura llevaba tiempo planeando causar daño. Mucho daño. Que me corrijan los leguleyos y/o los loqueros si me equivoco, pero no acabo de entender muy bien cómo casa eso de planear algo y al mismo tiempo apelar a que se ha padecido un brote psicótico. ¿O se planea o se brota, no?
Lo primero y antes de cualquier otra cosa, lo fundamental, lo único fundamental hoy: mi más sentido pésame a la familia del ASESINADO. Así, con todas las letras, con brote psicótico o sin él de por medio. Lo digo sobre todo porque leeremos titulares del tipo "un profesor muerto", "un profesor fallecido"... que le resten premeditación y alevosía al asunto.
Pereza me da solo de pensar ahora en los artículos y los debates televisivos que se avecinan sobre el estado de la educación. Sobre si nuestra tarea podría considerarse o no una profesión de riesgo, sobre las posibles medidas que se deberían tomar para salvaguardarnos: detectores de metales, cámaras, psicotécnicos de todos y cada uno de nuestros alumnos... Oiremos a psicopedagogos -por norma general esos filósofos de la educación que de tanto estudiarla se olvidaron de entrar en el aula-, abogados, líderes sindicales, políticos -especialmente ahora que estamos en capilla electoral y que se pueden arañar votos prometiendo que se invertirá en educación-, defensores del menor y del adulto -que no los hay pero debería haberlos-, profesores, alumnos, representantes de asociaciones de padres, representantes de asociaciones de madres, representantes de asociaciones de padres y madres, periolistos y periolistas, y todo un conjunto de opinadores varios de esos que cada vez que abren la boca sube el pan.
Le daremos vueltas por enésima vez a la ley del menor. En gran medida inútilmente, sin duda, puesto que no hay nada que remedie el asesinato del docente y difícilmente se podrá reeducar un individuo que ha perpetrado semejante ejecución por mucho Freud y mucho Piaget que le echemos. El muerto al hoyo y el vivo al internamiento en unas instalaciones convenientemente equipadas con la correspondiente videoconsola, ordenador y conexión wifi -faltaría más-.
Rescataremos debates sobre enfermedades mentales y meteremos en el mismo saco a todos y cada uno de los trastornos, reavivando sin despeinarnos su estigmatización. Surgirán teorías justificativas y explicativas. Asistiremos a una buena recua de defensores del "es un hecho aislado", así como a algún que otro enarbolador hasta de la pena de muerte para el sujeto en cuestión. Emergerán también futurólogos de toda índole y condición: "se veía venir" -cojones, pues si se veía venir haber avisado-.
Pero tranquilos, no durará más de una semana. A lo sumo cerramos con los debates de la Secta y Telahinco del sábado y domingo. Es lo que sobrevive una noticia en la sociedad del siglo XXI. Se dará carpetazo con un estupendo montaje audiovisual y comentarios definitivos de cuatro contertulios de tasca televisiva.
Pero tranquilos, no durará más de una semana. A lo sumo cerramos con los debates de la Secta y Telahinco del sábado y domingo. Es lo que sobrevive una noticia en la sociedad del siglo XXI. Se dará carpetazo con un estupendo montaje audiovisual y comentarios definitivos de cuatro contertulios de tasca televisiva.
Pasados siete días el asunto es historia y el muerto un finado más para la saca. Todo el mundo dejará de preguntarse si el estado de la educación es el que debería. Si los recortes de los últimos años contribuyen a que la atención de nuestros alumnos sea peor. Si el hecho de haber sumado horas y ratio nos permite conocer realmente el material humano con el que trabajamos. Si en mejores condiciones podríamos anticiparnos, prevenir, reconducir más y mejor, derivar a los profesionales más oportunos en el momento adecuado -hay multitud de jóvenes en servicios de salud mental que en el mejor de los casos tienen consulta una vez al mes-. Si estamos o no convenientemente formados para abordar la multiplicidad de situaciones anormales que se nos presentan a diario -por favor, no tomemos por normal lo que solo es habitual-. Si la sociedad reconoce o no nuestra tarea como merecemos. Y aunque suene frívolo en este momento de dolor insisto en que esta sociedad solo asocia reconocimiento con montante salarial. Olvidaremos también si habría que supervisar más y mejor la responsabilidad de ser padres -los controles a los propietarios de animales son francamente superiores a los que se realizan a un progenitor- y dejaremos de cuestionarnos sobre si el objetivo de la educación es crear buenos competidores o buenas personas.
Amo mi profesión sobre todas las cosas. Creo que es lo único que sé hacer bien. Y lo voy a seguir haciendo con entusiasmo. No sé hacerlo de otra manera. He tenido, tengo y espero tener en el futuro alumnos maravillosos. La inmensa mayoría. De los que se dejan enseñar y de los que aprendo. Me siento respetado la mayor parte del tiempo -es cierto que he trabajado mucho para que así sea- y afortunadamente la mayor parte de mis días como docente son fascinantes. Pero hoy estoy dolido. Y enfadado. Sé que a diario ocurren atrocidades varias en la mayoría de los lugares del planeta con los que aterrizar en el lecho inundado en lágrimas, pero hoy mi escudo se ha resquebrajado. Pienso en ese interino feliz porque le llegaba la oportunidad de trabajar. Pocos conocen las penurias de este colectivo, sobre todo en los últimos 5 años. Lo veo acudiendo al rescate y encontrándose inesperadamente con la muerte. Contemplo las caras de esos alumnos asistiendo a la masacre, así como las del resto de los profesores. Todos preguntándose que les podía haber tocado a ellos. Escucho los móviles de los padres, enloqueciendo con las noticias turbias que llegarían en los primeros compases, agonizando solo de pensar que podía ser su hijo: "Que no le toque a nadie, pero si tiene que ser alguno, que no sea el mío. Que no sea el mío, por favor".
Almasy©
Almasy©
Chopin: "Marcha fúnebre"
2 comentarios:
Poco artículos de prensa, debates radiofónicos o televisivos tendrán una exposición tan completa, un análisis tan certero y el hondo calado que sustenta esta entrada.
Gea
La sociedad está enferma, y presenta unos síntomas tan variados, que ni alcanzamos a descubrir su origen, ni su remedio. Sin embargo, creo que poniendole una dieta donde aumentaran las obligaciones y disminuyeran los derechos, experimentaría una mejoría.
Me parece muy mal que los padres tengan derecho a ocultar al centro escolar,las enfermedades tanto psiquicas como físicas de los hijos.
Igual de mal me parece que tengan ese derecho los profesores.Creo que todos los derechos deben tener un límite racional.
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