domingo, 26 de octubre de 2014

222. La taza (nº 1 serie de microrrelatos)


Era zurdo, pero por alguna extraña razón le gustaba agarrar la taza con la derecha. Esa noche, tras un difícil día, aproximó su mano hacia ella con cierta desgana, sin reunir el brío necesario para aguantarla todo el trayecto que la separaba de su boca. La astenia que gobernó la acción le hizo perder el contacto con el minúsculo asidero de la taza. Esta se precipitó por los aires violentamente, ávida de toparse con tierra firme. Saltó en decenas de pedazos de todos los tamaños y formas. Lastimero, maldijo su flojera y se abalanzó sobre el fragmento de mayor tamaño. Su inquieto pulso le jugó una mala pasada. Un corte limpio en la muñeca motivó un considerable borbotón de sangre. Sin tiempo para alcanzar algo que detuviese la hemorragia un súbito apagón de luces se apoderó de la cocina. Con torpeza se dirigió hacia los interruptores. Clic. Clic. Sin éxito. De vuelta a la escena del crimen dejó salir un par de exabruptos. Los fragmentos más pequeños se habían clavado en sus pies descalzos. El último le provocó un espasmo casi instintivo que le hizo caer hacia atrás. Su yugular conoció entonces al pedazo más afilado. Clic. Clic. Con éxito.

Almasy©


GRUPO ENCANTO: "Soy una taza"

domingo, 19 de octubre de 2014

221. El campo es ciudad


Sentenciaba un profesor mío del doctorado experto en mundo rural durante la etapa franquista que en la actualidad toda diferencia entre pueblos y urbes se había difuminado hasta prácticamente desaparecer. En resumidas cuentas, apuntaba casi ofreciendo un titular periodístico, que hoy el campo es ciudad.

Y razón no le faltaba, pues la mayoría de los signos de identidad de los pueblos han ido perdiéndose a marchas forzadas en un manifiesto proceso de equiparación con la ciudad. Sin ir más lejos pienso en el mío y analizo cada uno de los indicadores que refuerzan esta teoría. Las calles, por ejemplo, ya no huelen a boñiga de vaca. De hecho, los pocos que conservan reses han tenido que convertirse prácticamente en ganaderos profesionales ajenos a la cuadra de antaño y adictos a las naves de explotación. De igual modo que los agricultores, que han tenido que elegir entre vender todas sus tierras o dedicarse cual latifundistas al negocio de la siembra y la cosecha. Y es que el siglo XXI no permite medias tintas. Como diría mi poeta de cabecera, Batania, "aquí se juega a trueno o no se juega a nada".

Evoco también la matanza en las casas, prácticamente extinguida por obra y gracia de las llamadas autoridades sanitarias. Ahora todo pasa por rigurosos controles veterinarios y mataderos debidamente legalizados en los que nos comentan que, a diferencia de los hogares particulares, el animal "no sufre" y "es convenientemente analizado". El caso es que yo fui testigo de matanzas en casa de mis dos parejas de abuelos y jamás me atrevería a afirmar que había saña asesina alguna en aquellos actos. Nadie disfrutaba con el sacrificio en sí mismo, simplemente se celebraba que se tenían viandas para llevarse a la boca durante buena parte del año y que amigos y familiares se reunían para llevar la empresa a buen puerto.

Y qué decir de la juventud, para la que los usos y costumbres populares pasaron a la historia. Los jóvenes de los pueblos visten como los de las ciudades, hablan como los de las ciudades, son adictos al móvil como los de las ciudades y se divierten con el mismo botellón que los de las ciudades. Si me apuran incluso más y mejor que los de las ciudades, pues aún sienten que tienen que demostrar un punto extra de civilización para quitarse el posible complejo de paletos que todavía sobrevuela sus cabezas. Complejo infundado, todo sea dicho, pues si yo he visto paletos de relumbrón ha sido en las urbes.

Sin embargo, a pesar de que las distancias se hayan estrechado hasta prácticamente su desaparición, todavía permanecen algunos vestigios del pasado que lo reconfortan a uno. Adoro por ejemplo seguir escuchando las campanas tocando a misa y que todo acto que se precie continúe rodeándose de algún tipo de ceremonia religiosa que lo oficialice y ampare. Y mira que no soy creyente, no tanto porque no quiera, que quiero, como que no puedo. No me sale.

Me atrapa también cómo se insiste en ir al caño a por agua pese a que se nos jure y perjure que la del grifo es perfectamente potable. Las calles vacías en invierno y concurridas en verano, el calor reconcentrado en las cocinas de las casas, el frío penetrante en cuanto septiembre expira, los humeros de algunos nostálgicos haciendo uso de la chimenea, los anuncios en papel para ser expuestos en la plaza mayor con rotundos "RAZÓN" de los anunciantes y las eternas tertulias a la salida de la iglesia, lugar que en los pueblos sigue siendo mucho más que un lugar de culto. Es también centro de socialización, de pasarela de moda y de aireo de chismes, de previa imprescindible al vermut que anticipa la comida del domingo y de más de uno y más de dos comentarios que deberían pasar a la posteridad: "Pa vender las tierras, las tienes que tener de fuelga, porque como las tengas arrendadas a lo mejor el paisano no quiere marchar y no te las compran".

Almasy©


MARÍA OSTIZ: "Un pueblo es"

miércoles, 8 de octubre de 2014

220. El extremo opuesto


No hace demasiadas entregas, en la 208 de esta bitácora para más señas, me despachaba a gusto con la moñez de los progenitores en todo lo respectivo a sus hijos. Sin embargo, como buena norma ortográfica, existen las pertinentes excepciones que confirman la regla (nunca entendí esta frase o al menos jamás mis profesores de lengua me la explicaron como se merece). Momentos fugaces en los que abandonamos la mojigatería habitual para decantarnos por el extremo opuesto. Circunstancias y escenas en las que pronunciamos frases o ejecutamos actos por los que prácticamente deberían arrebatarnos de un plumazo la custodia de nuestros vástagos y encerrarnos en trenas con gruesos barrotes y férreos candados. No son demasiadas, bien es cierto, pero todos y cada uno de los vivientes las hemos protagonizado primero en calidad de hijos y la mayoría ahora, por mucho que digan eso de que de los errores del pasado se aprende, en calidad de padres.
¿Qué me dicen por ejemplo del tradicional: "No ha sido nada. Sana, sana, culito de rana"? ¿Les suena, verdad? Habitual cuando el niño se ha podido meter una hostia de campeonato del mundo, de vídeo para petarlo en Youtube, o de las dos a la vez. Una hostia que si la sufrimos los adultos nos tendría una semana doloridos sobreviviendo a base de ibuprofenos previo paso por urgencias. Pecando además de manifiesto intrusismo profesional, pues a no ser que seas padre y médico al mismo tiempo, ¿quién cojones te crees que eres para determinar tal diagnóstico? ¡Y qué decir de lo de "sana, sana, culito de rana"!, que parece un hechizo satánico para invocar a Lucifer o los vestigios desordenados de aquellos cuentos en los que príncipes y princesas tornaban en semejante batracio. Si hasta pareciera que estuvieses insultando a la carne de tu carne dotándole de ancas. Eso te lo oyen en "Sálvame" y circulan las denuncias en los juzgados de Plaza Castilla como la pólvora (los famosos, famosillos y famosetes siempre van a Plaza Castilla, ¿verdad?).
¿Y el tradicional azote de después de un susto? Léase por ejemplo al cruzar un paso de cebra sin el pertinente permiso paterno. Llega entonces el fitipaldi de marras al volante, ese que debió aprobar el examen de conducir porque le dieron las respuestas punteadas para que solo tuviese que repasarlas con trazo continuo, y zas, casi se lleva al niño por delante. Este que se asusta por el coche que tras estar a punto de atropellarlo huye despavorido, por el grito que le hemos pegado al ver la que se cernía y finalmente porque nos contempla avanzar furibundos hacia él, con las venas del cuello marcadas, los ojos desorbitados, los dientes apretados, la salivilla asomando y el semblante torcido. El cerebro de la criatura debe de sufrir entonces una especie de colapso gravitacional, pues la lógica le dice: "Me tienen que venir a abrazar y dar besitos porque me acabo de llevar un buen susto", mientras que sus instintos proclaman: "El caso es que mi padre no tiene mucha pinta de querer consolar a nadie, sino que bien pareciera que me viene a dar una ensalada de hostias". Efectivamente la opción B es la correcta, siempre acompañada de un repetitivo mensaje al compás de cada azote: "Menudo susto me has dado", para finalmente, cuando la tensión se aplaca y el río vuelve a su cauce, tirar de nuestra formación psicopedagógica anclada en un Piaget de Wikipedia y aclarar: "Te he pegado para que no lo vuelvas a hacer".

Almasy©



EXTREMODURO: "Jesucristo García"

miércoles, 1 de octubre de 2014

219. Running


Empezó cuidadosamente la rutina dejando que sus dedos aterrizasen sobre los cordones de las zapatillas. Pese a que a primera vista le parecieron perfectamente atados no dudó en deshacer su obra para empezar de nuevo a la manera de los artistas insatisfechos. Con delicadeza, procedió a concretar el primer nudo, describiendo dos perfectas elipses. A continuación el segundo. Pausado, firme, apretando hasta el infinito con el fin de evitar sorpresas traicioneras durante el ejercicio. Y como los herretes colgaban todavía en exceso se atrevió con un tercero. 

Comprobó de un vistazo que el calcetín impidiese cualquier tipo de contacto vicioso entre el talón y la parte posterior del calzado, pues siempre que estos dos se encontraban acababan engendrando una rozadura bastarda. 

Continuó la liturgia llegándose hasta el pantalón. Aireado, fresco, sin ambages extraños. Apenas un trozo de tela ligera que le facilitase el vuelo. Se cercioró de que la vaselina aún estuviese latente. Solía echarse más cantidad de la necesaria, siempre temeroso de que incluso mucha fuese insuficiente.

Su camiseta de tirantes ondeaba todavía al viento en toda su extensión y se dispuso a introducirla por el pantalón. Al principio en compulsivo exceso, para seguidamente estirarla ligeramente hacia arriba, nunca permitiendo que rebasara el férreo elástico de tres centímetros de ancho que frenaba sus anhelos de libertad. 

Sus brazos estaban sensiblemente tensos pese a que no recordaba haber realizado ningún ejercicio que lo motivase y las axilas y los pezones no paraban de rezumar restos de la misma vaselina lúbrica que había conocido a sus ingles.

El reloj cronometrador lucía ya dispuesto en su muñeca. No le acababan de convencer los modelos excesivamente complejos. Le bastaba cualquier ejemplar sencillo que le indicase tiempo y distancia. En alguna ocasión había intentado desprenderse de él, enfilar los caminos ajeno a su tiranía, pero jamás había superado los tres o cuatro episodios sin su fiel torturador recordándole su evolución.

No le gustaban el resto de abalorios que ofrecía el mercado. Había cientos y solía contemplar receloso a los demás corredores haciendo uso de ellos. Él prefería respetar la aparente simplicidad del ejercicio que había elegido. Correr le había cautivado por la escasa logística y equipamiento requeridos. Apenas algo de ropa de deporte y las ganas de quemar kilómetros. Así de sencillo, sin más preocupación que abordar un único propósito: moverse hacia adelante.

De repente, percibió que un remolino de gente se concentraba a su alrededor. Tan excitada como él, agitándose con extrema inquietud, estrechando las distancias y lanzando gritos ininteligibles de aliento. El aire se pobló de una calma tensa propia del momento inmediatamente anterior al pistoletazo de salida. Una voz de ultratumba se apoderó del ambiente:


Tres, dos, uno, fuego.

Almasy©


Vangelis: "BSO Carros de fuego"